Nunca he escrito sobre mí en mi blog. Nunca lo abrí con ese cometido y supongo que nunca le he dado importancia a cómo he llegado a estar donde estoy hoy, a tener lo que tengo y a sentir que mi trabajo es una de las partes más importantes de mi vida. Para mi, mi trabajo no es solo un trabajo, es una superación constante, es tener la capacidad de comprender, y querer comprender, es las ganas de ver cómo otros crecen a tu alrededor gracias a la pequeña ayuda que puedas aportar en el día a día. En estas últimas semanas, y en algunas épocas de mi vida, contaba cómo empecé en todo lo que tiene que ver con el mundo de la informática y he de reconocer que quizás no ha sido de lo más convencional.
No recuerdo todo con exactitud, pero si recuerdo la cantidad de veces que me han dicho que no podía, que me han limitado o me han negado hacer algo que realmente quería con toda la ilusión y pasión del mundo. No permitas que hagan lo mismo contigo, nadie te puede decir qué puedes hacer y que no con tu vida, ni siquiera tú.
Antes de escribir esta entrada, pensaba que todo comenzó en el instituto, cuando aquel orientador, que al menos en mis tiempos era la persona encargada de aconsejarte sobre tu futuro, en qué podrías ser bueno y en que no, me dijo que tenía pocas posibilidades de ser buena estudiando, de ser buena en algo que yo ya había descubierto hacía poco tiempo, que era en hacer algo que tuviera ver con la informática. Pero no empezó ahí. Ya en el colegio no seguía los patrones establecidos, apenas pasaba tiempo con las chicas del colegio y prefería estar con los chicos montando cabañas, jugando al fútbol sin tener ni idea o leyéndome el manual del Amstrad CPC 464, que mi primo había reemplazado por la Nintendo, que tanto está ahora de moda. No era la más guapa, ni la más elegante vistiendo la verdad. Tenía todos los dientes totalmente torcidos y con 9 ó 10 años terminé con aparato y gafas, después de que una profesora me regañara por copiar en clase de matemáticas, no las tenía todas conmigo para ser la más popular.
En 1995 se estrenó la película Hackers, la cual no recuerdo si la vi ese año o puede que fuera poco después en Canal +, pero me encantó. A partir de ese momento ya supe lo que quería ser, incluso antes de encontrarme con aquel orientador e intentara convencerme de lo contrario. No era por el hecho de saber cómo atacar un sistema, o de ser la chica cool de la peli rodeada de todos aquellos informáticos, sino por el simple hecho de saber, de conocer, de crear cosas que sirvieran para algo.
A los 12 años me apuntaron a la primera academia que se abrió en Algete de informática, donde podías aprender Windows 95 y Office 97, aunque ya había tenido oportunidad de ver Windows 3.11 en casa de algunos vecinos y Windows 95 cuando conseguimos ahorrar todo el dinero que por aquel entonces costaba comprar un Compaq Deskpro de 100 Mhz, 8MB de RAM y 1GB de disco duro.
Mi familia es una familia normal, con un trabajo normal y un presupuesto normal. Así que tuve que ir a hablar con el director del colegio de primaria a explicarle que necesitaba un justificante, por ser estudiante, para que la licencia de Office 97 me saliera gratis y así poder tener una copia cuando acabara el curso. Mi profesor, y el mismo que nos vendió aquel Compaq, fue el primero, y de los pocos por aquel entonces, que creyó que era buena en algo que llevaba pocos años al alcance de unos pocos. Sus palabras a mi madre fueron “no le da miedo”, y así era. No me daba miedo romper el ordenador, tener que borrarlo 20 veces, tener que desmontarlo y ver si era capaz de volver a colocar cada pieza en su lugar, no me daba miedo porque siempre pensé que de una forma u otra tendría arreglo.
Sin embargo, años después, cuando tenía que decidir si optaba por seguir estudiando con vistas a la universidad o si me conformaba con terminar la secundaria y escoger alguna de las ofertas dentro del catálogo de formación profesional, que se ofrecían entonces, el orientador del instituto me aseguró que mis resultados le indicaban otra cosa. No era buena estudiante, tenía que dedicarle mucho tiempo y esfuerzo en entender las asignaturas (tampoco era una edad muy buena para estar centrada en los estudios y mi actitud dejaba bastante que desear por aquel entonces). Tanto fue así que tuve que volver a cursar de nuevo el último curso antes de empezar con bachillerato, si es que esa era una opción para mí, con el aliciente de que a partir de ese momento pasaría a formar parte de una clase llamada diversificación. Buscando por Internet puedes encontrar justamente lo que eso significa:
El programa de diversificación curricular es una medida de atención a la diversidad destinada al alumnado que, tras la oportuna evaluación, y en posesión unos requisitos, precise de una organización de los contenidos y materias del currículo diferente a la establecida con carácter general y de una metodología específica, con la finalidad de alcanzar los objetivos y competencias básicas de la Educación Secundaria Obligatoria y el título de Graduado en Educación Secundaria Obligatoria.
¿Qué requisitos se necesitan para entrar en el programa?
Para poder incorporarse al programa de diversificación curricular los alumnos deberán reunir los requisitos siguientes:
a) Haberse encontrado en los cursos anteriores con dificultades generalizadas de aprendizaje, no imputables a la falta de estudio, en tal grado que se hallen en una situación de riesgo evidente de no alcanzar el título de Graduado en Educación Secundaria Obligatoria si continúan cursando la etapa con la organización del currículo y la metodología establecidos con carácter general.
b) Tener posibilidades y expectativas fundadas, a juicio del equipo de evaluación y de acuerdo con sus actitudes e intereses, de que con la incorporación al programa puedan obtener el título de Graduado en Educación Secundaria Obligatoria.
Y así fue, empecé el nuevo año, con todas las asignaturas de nuevo, en el programa de diversificación. Sin embargo, no estaba muy conforme con el veredicto y conectando los puntos, de la misma forma que Steve Jobs cuenta de forma magistral en su discurso en la Universidad de Standford, me encontré con mi primera oportunidad de hacer algo que si me gustaba.
Como te he contado, no me daba miedo trastear con el ordenador, hasta el punto de ver si era capaz o no de colocar cada una de las piezas en el orden correcto, una vez que lo había despedazado completamente sobre mi cama y había recibido el castigo correspondiente por parte de mi madre al ver semejante desbarajuste. Llegados a ese punto, no me quedaba otra que salir de allí con el PC funcionando, pero una de las veces algo no iba bien. Arrancaba el sistema operativo, el teclado y el ratón respondían, pero la luz de la disquetera estaba permanentemente encendida. Obviamente no estaba leyendo nada, pero nunca se apagaba. Para entonces ya había una segunda tienda en Algete que se dedicaba a reparar ordenadores y dar algo de formación, por lo que mi madre y yo fuimos allí para que pudieran arreglar mi destrozo. Al llegar, el hombre no entendía bien qué le estábamos pidiendo. Miraba a una niña (sí, quiero recalcar que era una pequeña mujer) de 14 años a la que le habían comprado su primer ordenador para ella sola (el Compaq Deskpro lo compartía con mi hermana, el poco tiempo que se lo dejaba a la pobre) y a la semana lo había desmontado encima de la cama. Cuando el hombre vio lo que pasaba, sonrió y le dio la vuelta al cable FDD de la disquetera, porque estaba al revés. Era lo único que estaba al revés y todas las piezas estaban de nuevo en su sitio y aquello maravilló al hombre, por lo que estuve paseándome por su tienda hasta que con 16 años tuve que repetir curso, entrar en diversificación y trabajar por las tardes en esa misma tienda, de ese mismo hombre, arreglando ordenadores y montando redes en pequeñas empresas de la zona. Cuando alguna vez ha salido esta conversación entre amigos, siempre cuento que tuvieron que ponerme una bata, como la de los farmacéuticos, cuando estaba dentro de la tienda, para que los clientes supieran de alguna forma que yo trabajaba allí. Muchos de ellos al principio no querían que tocara su ordenador, aunque luego llamaran a la tienda tiempo después preguntando por mí y si podían pedir cita para desinstalar Windows Millenium y volver de nuevo a Windows 98.
Terminé aquel año con notas normales y llegaba el momento de decidir. ¿Qué iba a hacer? Estuve trabajando en la tienda de ordenadores todo el curso, pero obviamente el salario no era muy alentador como para vivir de ello. Tampoco tenía muy claro si alguien más iba a darme la oportunidad de volver a demostrar que quería trabajar cerca de ordenadores. En aquel momento, ya tenía más amigas que en el colegio, pero ninguna compartía mi afición, por lo que ya desde pequeña era difícil posicionarse. Todas ellas querían ser periodistas, psicólogas, maestras, administrativas y algunas ni siquiera lo tenían claro, pero yo sí: quería ser informática, aunque todavía no supiera bien lo que significaba.
Mis notas eran normales y mis matemáticas eran horribles, pero tenía que decidir. Lo primero que me estudié fue el plan de aquel momento para saber si había algo relacionado con informática, pero no la universidad. No la universidad porque era mucho tiempo y porque mi base era demasiado floja como para poder optar a un bachillerato tecnológico que me permitiera el acceso, ya que venía de diversificación, por lo que busqué algo más abajo. En aquel momento sólo había dos posibilidades: Administración de Sistemas Informáticos (ASI) y Desarrollo de Aplicaciones Informáticas (DAI). Os podéis imaginar, programar no había programado en mi vida y de lo otro algo había hecho en el trabajo que ya compaginaba con mis estudios así que fui a por todas. Las matemáticas eran un problema, por lo que la física, química, etcétera eran un problema aún mayor. Sin embargo, era posible acceder a dichos ciclos con cualquier bachillerato excepto el de arte, por lo que opté por matricularme en el Bachillerato de Humanidades, o lo que es lo mismo por el de «Letras puras» (griego, latín, historia del arte, etcétera). Quizás en este momento estarás pensando que así iba a ser imposible, que fue una mala decisión, pero para mí era la única decisión que podía tomar en ese preciso momento si quería avanzar y no quedarme estancada. De nuevo, el orientador lo veía de la misma forma que lo podrías estar viendo tú y me desaconsejó totalmente que fuera por ese camino. No iba a superar bachillerato viniendo de diversificación, no iba a ser capaz de obtener el título de Administración de Sistemas Informáticos y por supuesto no iba a poder llegar a ser informática. Con esas recomendaciones opté por no hacer ni caso, a transformar todos esos noes en un “Voy a creer en mí, esto puedo hacerlo. Aunque me cueste más que a la media tengo que ver qué pasa” y me lancé.
Durante los dos años siguientes, evaluación tras evaluación, fui a ver al orientador para que viera mis resultados. No eran espectaculares, aunque si algún notable o sobresaliente en griego ático del siglo V y latín, pero finalmente terminé y me matriculé en Administración de Sistemas Informáticos. Treinta personas, de las cuales tres éramos chicas, y una sola de letras puras «¿Qué podría salir mal?». Recuerdo que por aquella época, sentía vergüenza de no haber accedido a la universidad, sentía que me había conformado con menos y me reconfortaba diciendo «Tampoco espero trabajar en Microsoft«.
Como te puedes imaginar, aquí no acaba la historia, hace mucho tiempo que pasó todo aquello. Pero me apetecía empezar por algún sitio a contarte que a veces la gente de tu alrededor se equivoca, a veces la gente te limita y te dice que no puedes, a veces intentan obligarte a conformarte con menos de lo que estás dispuesto a obtener de la vida y es tu vida, solo tuya y solo la vas a vivir tú.
Puede que no llegue a mucha gente o puede que llegue a niños y niñas (el tema del sexo en esta profesión lo dejaré para más adelante) que estén en una situación similar o que lo hayan estado y puedan verse un poco reflejados en mi historia. Pero si te llega a ti, recuerda de dónde vienes, escríbelo y recuérdate a ti mismo hasta dónde has llegado. A veces lo damos por sentado y hay veces que conviene recordarlo, porque esta historia es solo el principio de todas las limitaciones que han intentado imponerme en mi vida y me han hecho ser quien soy hoy. Esto no va de ser más o menos listo, de ser hombre o ser mujer, esto va de lo que tú quieras ser para ti.
No dudes de ti, no te rindas contigo, que no te digan lo que no puedes hacer con tu vida.
¡Saludos!