Nunca es tarde para el bullying

Hace tiempo que escribí el primer capítulo sobre mí y cuáles fueron los primeros puntos que se han ido conectando hasta el día de hoy. Para contar este segundo, el cual he estado a punto de no publicar, supongo que hace falta algo más de inspiración. Pero se acercan las fechas donde los más pequeños, y también mayores, vuelven a sus clases y creo que es importante hablar de ello. Hoy vuelvo a escribir, después de ver una de las series más duras, más reales y más preocupantes de nuestra historia: 13 Reasons Why de Netflix. No te contaré la historia, si es que aún no la conoces, pero puedes imaginártela por lo que voy a contar después.

Hasta ahora sabes cuándo empecé con los ordenadores, cómo de difícil fue en un principio y cómo conseguí avanzar hasta el siguiente capítulo, este. Lo que no sabes es que yo también sufrí bullying. Eso es, eso que antes no tenía nombre, eso que antes era «lo normal», ahora lo tiene. Y el motivo por el que te lo cuento es por esta serie, por haber tenido la suerte de pararme a verla y recordar, volver a sentir, lo que se siente cuando en algún momento, en algún curso o en algún colegio tus compañeros no te tratan de la forma que deberían y eso hace mella en ti. Para que te hagas una idea, y lo que se dice en Wikipedia, existen ocho tipos de acoso escolar:

  1. Bloqueo social
  2. Hostigamiento
  3. Manipulación
  4. Coacciones
  5. Exclusión social
  6. Intimidación
  7. Agresiones
  8. Amenazas

No recuerdo todos los detalles, al menos los del instituto, pero sí algunos encuentros que me hicieron sentir que quería desaparecer. No te puedo contar todos, pero si te diré que con quince años, las que solían llamarse mis amigas me dieron una paliza por no pensar de la misma forma que ellas. Eso es, por «pensar». En cualquier caso, yo me llevé mi paliza en un momento determinado y el pelo que me arrancaron de la cabeza lo llevaron al instituto con la intención de que todo el mundo reconociera su hazaña. Todo el mundo se enteró de aquello, o así me sentía yo, y aún puedo recordar las heridas que dejaron por todo mi cuerpo y sobre todo en mi ser. Pero no es todo lo que pasó por aquel entonces.

Tuve algunos años donde las amigas iban y venían, te hacían «el vacío» en clase y oías cómo se reían a tus espaldas. Incluso recuerdo que alguna vez me enfrenté a ello sin mucha suerte, la marginación estaba ahí. Lo triste de ello es que con los años la gente se olvida de todo aquello, se olvida del daño que te causó y años más tarde ocurre algo como Facebook y esperan ser tus amigos. No voy a entrar en más detalles pero quiero que entiendas que no solo te pasa a ti y si eres tú el que lo hace también necesitas ayuda.

Pero no todo acabó allí, en esos años con aquellos compañeros. Como ya te conté, terminé mis estudios en el instituto y comencé con el grado superior de Administración de Sistemas Informáticos. Todo iba perfecto, hasta que unos meses después me di cuenta de que no entendía nada de ciertas asignaturas, ni el resto de mis compañeros tampoco. Nadie aprobaba en aquel módulo y poco a poco la gente se fue desapuntando y decidí dejarlo yo también. Trabajé el resto del curso académico y volví a empezar al año siguiente. Estuve como teleoperadora en el departamento de cobros de una empresa de telefonía, hasta que finalmente se volvieron a abrir las plazas para empezar el curso de nuevo. Elegí un nuevo centro, más cerca, del mismo módulo y de nuevo a madrugar para volver a empezar, otra vez.

Cuando llegué allí, los primeros meses todo iba bien. Recuerda que ya había repetido 4º de ESO y además había que sumarle un año extra por haber dejado el módulo una primera vez, por lo que tenía dos años (20 años) más que la mayoría de mi clase. No parecía ser un problema, pero quizás yo llegué con un espíritu más responsable, con ganas de hacerlo lo mejor posible y con menos ganas de desperdiciar mi tiempo, ya que había «perdido» dos años de mi vida (nota a mi yo del pasado: los años no se pierden). Sin embargo, mis compañeros no tenían ese mismo espíritu. La gran mayoría estaban allí porque no habían aprobado selectividad, otros porque no les «había dado la nota» para la carrera que querían, algunos porque su padre o algún amigo tenían una empresa de informática y otros pocos porque realmente lo habíamos elegido. En cualquier caso, seguían siendo niños, y yo una niña un poco más mayor, pero todos niños. Y poco a poco se empezó a torcer. Al principio eran algunas risas, pedir prestados algunos apuntes, luego más apuntes y finalmente terminó siendo una obligación. Obligación de pasarles los ejercicios a más de 5 personas de mi clase, de enviarles los apuntes, de que mi esfuerzo se regalara y lo presentaran como suyo, hasta que un día decidí que no lo hacía más. Y fue eso, justo por eso, por lo que todo estalló. Empezaron los insultos, los vacíos, mensajes en los salvapantallas de los equipos del aula, incluso algunos comentarios frente al profesor, que no hacía nada.

Pasó el primer año y simplemente pasó. El problema fue que, a pesar de aquello, saqué buenas notas. Tan buenas notas que el primer año conseguí tres menciones honoríficas en tres de las asignaturas, y muchos de mis compañeros no solo no aprobaron sino que no pasaron al segundo curso. Parecía que parte del enemigo estaba fuera. Y si, eso es lo que piensas cuando sufres este tipo de reacciones por parte de los demás, que es el enemigo, que estás en un aula que en cualquier momento puede convertirse en un campo de batalla. Que un sitio donde tu empeño debe estar enfocado en formarte para la vida adulta y tu carrera profesional, debes estar gran parte de tu tiempo descentrado pensando en qué estarán diciendo o qué estarán tramando.

El segundo año muchos de ellos no pasaron, pero ellas sí (sólo eramos 4 chicas de 30 personas) y eso hizo que fuera igual de difícil o más que el anterior. Seguíamos teniendo el mismo problema de apuntes que el año anterior y eso hizo que el segundo año se prolongara el problema, pero ya tenía 21 años y había vivido algo más como para dejar que con insultos y con menosprecios se salieran con la suya, por lo que no cedí. Tanto fue así que tuve que volver a recordar lo que era estar avergonzada. Un día, sin más, mi móvil empezó a sonar. A sonar por números de desconocidos que yo no tenía en la agenda, a recibir mensajes que no entendía bien qué significaban, a sentir que algo o alguien había compartido mi número de teléfono sin mi consentimiento. Tristemente así fue. Después de unos días, uno de los hombres que había estado intentando contactar me dijo que le habían pasado mi número de teléfono y algunas fotos mías por un chat que no quiero ni nombrar. Así es, llegué a experimentar el acoso escolar 2.0 con 21 años, durante casi dos años. Por supuesto tuve que cambiar de número de teléfono, confirmé quienes habían sido las responsables y… no pasó nada. Lo peor de todo esto es que al final el que más avergonzado se siente es uno mismo, cuando deberían ser ellos/as los que sintieran vergüenza por cualquiera que sea la razón por la que sienten que tienen que acosar a los demás. No importa la edad que tengas, no importa cómo seas, no importa lo que pienses, porque nadie está a salvo de este tipo de maltrato alguna vez en su vida.

Aquellos años acabaron y terminé consiguiendo matricula de honor, con una media de 9,7, y aplicando a una de las becas del programa Leonardo que lanzó Caja Madrid por aquella época. Otra vez tuve que volver a estudiar, nada más terminar, para retomar el inglés y conseguir una de aquellas becas que me llevaría a Londres durante unos meses ¿Qué podría salir mal?

Yo tuve suerte porque, aunque me afectó y fueron dos años muy duros, no me hizo parar. Tampoco fueron todos los años de mi vida estudiantil y seguro que eso ayudó. Otros niños no han tenido o no están teniendo tanta suerte y eso puede hacerte sentir que nunca va a parar. Lo que quiero que entiendas, lo que necesito que comprendas es que no estás solo o sola. Sé que es muy duro pedir ayuda cuando te sientes avergonzado por lo que te está pasando, cuando te avergüenza lo que recibes del exterior, pero no tiene que ver contigo, tiene que ver con ellos, y eso lo aprendes de mayor, no puedes aprenderlo de niño. Si sientes que no puedes con ello, si necesitas alguien con quién hablar, pide ayuda. No lo dudes, no esperes, no te aguantes. Sólo pide ayuda.

¡Saludos!